Hace aproximadamente seis meses, un grupo como de 40 jóvenes adultos decidieron dejar atrás sus vidas (trabajo, amigos, familia, iglesia) para embarcarse en un viaje en busca de Dios y su Reino. Yo soy parte de esos privilegiados y ha sido un recorrido transformador desde todo punto de vista.

Últimamente, una de las perspectivas que ha cambiado y se me ha vuelto más viva es la realidad de que nosotros somos la Iglesia. En su contexto original, la palabra “Iglesia“ se refería a un grupo de creyentes, pero en algún momento del camino el significado fue reemplazado por el concepto anterior de templo. Una de las cosas que Jesús vino a hacer fue precisamente erradicar este viejo concepto de templo y sustituirlo por un nuevo concepto en el que Él nos convierte en Su templo. Ahora somos, entonces, de forma individual, templo del Espíritu Santo, y de forma colectiva, el Cuerpo de Cristo en la tierra, o la Iglesia.

Una forma fácil de ver esto que digo de que nos vemos como un templo y no como un grupo de seguidores de Cristo, es la frase común de “vamos a la iglesia“. Algunos me podrían decir que es solo una forma no pensada y comúnmente aceptada de hablar, y que no se puede usar para inferir o representar lo que realmente pensamos sobre lo que es la Iglesia, pero para mí sí lo hace.

En este viaje he descubierto el enorme poder que tiene el cambiar el “vamos a la iglesia“ por “somos la Iglesia“. Esta forma crucial de pensar y comprender afecta la forma en que vivimos nuestras vidas, porque afecta la forma en que nos percibimos y también quienes somos. Nos ofrece el privilegio y el reto de seguir a Jesús activamente por donde sea que vayamos y en cada momento de nuestros días. Elimina los límites que nos circunscriben a un espacio geográfico específico y a una agenda específica durante la semana. Abre las puertas para que, de ahora en adelante, hagamos todo lo que hagamos para la gloria de Dios, y lo hagamos con el poder de la gracia que nos da.

Ya sea que estemos en nuestra casa, o en la casa de alguien más, en el bus, taxi o tren, en un restaurante o en la calle, en el supermercado o en cualquier otra parte, somos la Iglesia! Somos el Cuerpo de Cristo en esta tierra y somos los representantes de Su Reino. Cargamos dentro de nosotros Su mensaje y Su poder de amar y adorar a Dios en todo lo que hacemos, y de amar a aquellos a nuestro alrededor de la misma forma en que nos amamos a nosotros mismos y en la que Él nos ama.

Especialmente durante este mes, esto ha sido una realidad para mí y para mi equipo. Nos levantamos temprano, y como Iglesia, cada uno de nosotros busca y pasa tiempo con Dios para renovar nuestra fuerza interior y alinear nuestras acciones a Sus voluntad. Luego oramos y salimos hacia las comunidades en las que caminamos las calles llevando con nosotros la palabra de Dios y el poder de Su Reino, para proclamar las Buenas Noticias a los pobres, libertad a los cautivos, sanar a los enfermos y liberar a los oprimidos.

Este mes hemos visto a Dios moverse con nosotros en una mayor medida que en todo nuestro tiempo en el viaje. Hemos visto como sana los corazones y cuerpos de Sus hijos, trayendo gente a la fe salvadora a través de Jesús, alentando a sus seguidores a seguir haciendo bien su trabajo de amar y hasta liberar gente de espíritus malignos que no les pertenecen. Nunca nos habíamos sentido más empoderados en nuestro viaje y creo que esta es la plenitud de vida que Jesús le promete a cada uno de Sus seguidores.

Una vez escuché a un pastor decir que la Iglesia no tiene que ver con portarse bien para que podamos pertenecer a un grupo de gente que cree en ciertas doctrinas, sino con creer en las palabras y promesas de Dios para nosotros para que podamos pertenecer a la familia eterna de santos nacidos del Espíritu que Él está creando, que se comportan de una forma sagrada y poderosa que le agrada a Dios. Los motivo para que comencemos a dar los pasos necesarios para cambiar nuestra comprensión de Dios, Su mensaje y Su voluntad, para que podamos entrar a la realidad de Sus promesas y vivir la vida abundante para la que fuimos creados.