Era la mañana de Navidad en Malasia, me levanté temprano para ir a tomar café o té con un hombre de decendencia china que había conocido el día anterior en una de las reuniones navideñas a las que asistimos. Me dijo que estaba muy interesado en nuestra fe y en nuestra visión del mundo y que quería conocerlas más. Eso era lo único que necesitaba escuchar… no iba a desperdiciar esa oportunidad, aunque fuera Navidad.
Me senté y él me invitó a un café negro, como se acostumbra en su cultura (por cierto, el café malayo se mezcla con mantequilla… se pueden imaginar mi sorpresa cuando me lo empecé a tomar!) y comenzamos a conversar. Hablamos por un rato sobre algunas experiencias y pensamientos y compartimos un poco sobre nuestras vidas antes de que empezaran a saltar las preguntas. No me acuerdo con precisión muchos de los detalles de la conversación, pero hubo una pregunta que se me quedó grabada en la mente. El hombre me preguntó “si yo decidiera unirme a la Iglesia, a cual iglesia debería de ir? Cómo se cual es la correcta? Me parece que para ser una sola religión, tienen muchísimas denominaciones diferentes“. Le respondí de la mejor forma que pude, explicándole un poquito sobre los antecedentes y la historia del nacimiento de esas denominaciones, tratando de justificar nuestra posición actual comparándonos con otras religiones divididas y compartiendo un poco de los fundamentos que le podrían ayudar a identificar una iglesia fiel a las enseñanzas de Jesus.
A pesar de que la conversación terminó bien y creo que este hombre va a encontrar lo que está buscando porque se que Dios lo está buscando, esa pregunta ha sido para mí un recordatorio constante de la importancia de la unidad de la Iglesia. En este caso específico, para evitarle los obstáculos y confusiones a las personas que aún no ha encontrado su fe pero la están buscando. Nuestros conflictos, diferencias y falta de deseo de trabajar juntos, actúan como un testimonio en contra de nuestra fe y del mensaje del Evangelio que nos fue confiado. La gente que está en busca de esperanza y seguridad para protegerse de todas las situaciones duras y difíciles de la vida y de este mundo, busca un Reino unificado en el que reine la paz, la unidad y la comprensión, y como nosotros la Iglesia fallamos al proveerlo, se conforman con menos, en el mejor escenario dentro de nuestras denominaciones. El peor escenario es que pondrán su seguridad en manos de otros sistemas de creencias que les resultarán inútiles a la hora de la verdad.
Esa es solo una perspectiva al analizar la importancia de que nos mantengamos unidos en el amor. La segunda, y para mí la más importante, es básicamente nuestra supervivencia como seguidores de Cristo. El mejor ejemplo de unidad dentro de la Iglesia lo encuentro en las páginas de la Biblia, especialmente en el libro de Hechos y en algunas de las cartas del apóstol Pablo. La Iglesia en sus inicios, justo después de que Jesús murió en la cruz y luego de su ascensión al cielo, comenzó inmediatamente a sufrir una intensa persecución y oposición. En un nivel muy primario, ellos sabían que la única forma de sobrevivir y mantener vivo el mensaje de Jesús, era a través de su unidad. Su único objetivo era sobrevivir para poder compartir la esperanza del Evangelio de Jesús a la mayor cantidad de personas posible. Fue este enfoque y compromiso con ese único propósito (que claramente podía cumplirse de varias maneras) lo que les permitió estar unidos y, a la vez, fue esta unidad indiscutible la que atraía más y más gente a la fe.
Ahora… la Iglesia no era el único personaje de la historia. Satanás también estuvo, ha estado y va a seguir estando muy presente, tratando de robar, matar y destruir a la Iglesia y lo que ella representa. Parece que ha aplicado con mucha maestría la técnica de “divide y vencerás“. Por eso estamos en la condición que estamos. Él ha logrado que perdamos el enfoque en lo principal que nos unía, y nos ha inflado el ego unos contra otros usando las pequeñas cosas que nos separan.
Si fuera a terminar este texto aquí, sería más una queja que una crítica, y un amigo me ha enseñado que no debemos quejarnos y criticar a menos que estemos dispuestos a proveer una solución o alternativa. Como me estoy quedando un poco sin palabras, les pido que acepten la simplicidad de mi propuesta. Debemos enamorarnos otra vez de nuestro Señor, nuestro Salvador, nuestro Dios, Jesucristo. Debemos humildemente someternos a Sus formas de paz y amor. Debemos de arrepentirnos de nuestro orgullo, de nuestros juicios y de nuestra falta de entendimiento, perdonando a aquellos que se han desviado o han pecado contra nosotros. Debemos buscar la reconciliación con aquellos a quienes permitimos que nuestro enojo y nuestro orgullo nos separen, y re-comprometiéndonos con el único propósito de conocer más a Dios y que otras personas lo conozcan también. Cada uno puede llenar los espacios en blanco que aquí dejo de la mejor manera que les permita ponerlo en práctica.
Para terminar mis ideas, quiero compartirles que para mi, el reto más grande de este viaje, y creo que ha sido igual para el resto de mi equipo, ha sido el mantener la unidad dentro del grupo, y luchar y trabajar para que nuestras relaciones se mantengan sanas y en amor. Una parte clave ha sido, para mí, entender quien soy en Cristo, quien la gente que tengo a mi alrededor es en Cristo, y quienes somos todos juntos como Iglesia. Constantemente necesito recordarme a mí mismo que ellos me aman, y que yo los amo, y que Dios nos ama a todos. Me enfoco en la tarea que nos fue encomendada, y el poder y la autoridad que Dios nos dio para actuar como el cuerpo de Cristo aquí en la tierra. También necesito recordar lo que no son. Ellos no son mis enemigos, ni mis jueces, y no somos débiles ni estamos divididos. En ningún momento sus intenciones son molestarme ni hacerme daño. Somos un cuerpo, unido en Cristo, por su muerte y resurrección… y como tal estamos llamados a actuar.
“La unidad permite y celebra la diversidad”