Hoy, como ya se ha convertido en una excelente costumbre, me levanté muy temprano en la mañana para empezar el día pasando un rato con mi Papá (pueden quitarme lo que quieran, pero nunca me van a quitar mi tiempo con El!). El pronóstico del tiempo es un 100% de lluvia, y por raro que parezca, parece que hoy tienen razón. Afuera hay una buena tormenta y la temperatura está congelada (algo que jamás esperé estando en África). Me preparo una taza de café caliente, me como un banano con mantequilla de maní para quitarme el hambre mañanera y que así no me moleste durante mi tiempo en silencio con el Señor; agarro mi teléfono y mis audífonos, y por supuesto mi Biblia; me siento y pongo música de adoración para empezar mi tiempo a Su lado dándole toda la gloria y agradeciéndole por todo lo que ha hecho y va a seguir haciendo. No solo en mí, sino en todos a mi alrededor y en el mundo entero.
En la mitad de mi rutina con Él, paro y percibo una cierta insatisfacción, una inquietud que crece dentro de mí. Sentí como si solo estuviera haciendo las cosas en piloto automático y mi corazón nada más quería una expresión más real de Él, más pura y verdadera. Una experiencia más cercana con Él. Quería conocerlo más y este deseo me estaba consumiendo. Terminé sentado en el sillón, con todo esto pasando dentro de mí pero sin la menor idea de qué hacer o hacia donde ir con eso.
De la nada, me viene una sensación mínima en mis pies. Una invitación de mi Papá a caminar con Él. Pero caminar a donde? Nos estamos quedando en una casa demasiado pequeña para caminar dentro, y afuera la lluvia está realmente fuerte. Exacto. Afuera en la lluvia. Por supuesto, mi mente inmediatamente se resiste a mi deseo de niño de aceptar la invitación de mi Papá, y utiliza sus mejores argumentos para convencerme de no hacerlo. Pero no esta vez mente. Demasiadas veces ha evitado que camine en lo que Dios tiene para mí, y ya no lo voy a aceptar más!
Me levanto y busco mi jacket impermeable y mis tenis, pero apenas llego a la puerta escucho a mi Papá decirme que deje la jacket y cambie mis tenis por mis sandalias. Discutí un poco con Él. Realmente me molesta cuando doy el paso para hacer algo que ya me saca de mi zona de confort, y me dicen que aún tengo que hacer un poco más. Le hice ver que estaba lloviendo y congelado afuera (como si Él ya no lo supiera) pero insistió y me dijo que podría meterme en la ducha caliente cuando volviera. Me sonó bien, así que me cambié y salí bajo la lluvia fría. En mi ignorancia, dejé afuera en la terraza mi paño, ya que estaba seguro de que cuando volviera iba a estar empapado.
Cuando empecé a caminar por la propiedad, todavía sin una idea clara de lo que tenía que hacer, Dios me señaló un árbol. Así que me dirigí hacia el árbol siendo obediente un paso a la vez. Ya bajo el árbol, vi como las ramas formaban un albergue casi perfecto contra la lluvia que hizo que varios pájaros se refugiaran ahí. El Señor me recordó cómo aún en los tiempos más tormentosos podemos encontrar refugio en Él. Cómo Él, Jesucristo, es nuestro árbol de vida en medio del pecado y la desesperación de este mundo, y cómo cuando nos separamos de Él estamos a merced de la tormenta. Fue una analogía chivísima y podía sentir al Señor ahí conmigo.
Cuando dejé el árbol, la lluvia se convirtió en apenas una llovizna ligera, de manera que pude caminar casi sin mojarme. Caminamos en silencio durante un rato, simplemente disfrutando la presencia el uno del otro (yo más que Él, de fijo! Aunque con Él nunca se sabe… por alguna razón desconocida Él realmente se deleita en nosotros, Sus hijos). En silencio me dijo: “hijo, sabés que estaría dispuesto a abrir los cielos, mover las montañas y separar los mares solo para reunirme con uno solo de mis hijos? Sabes que hubiera bajado del cielo y hubiera dado mi vida en esa cruz aún si hubiera sido solo por vos?“.
Sus palabras conmovieron mi corazón. Hacía mucho tiempo que no sentía de una manera tan cercana y personal en mi corazón las Buenas Noticias del amor de nuestro Papá en la muerte y resurrección de Jesús. Mi Papá me estaba levantando, me estaba animando! Me estaba llenando de Su amor y Su felicidad. Qué increíble que es Él! Su único deseo es hacernos más fuertes y que sepamos lo amados y seguros que estamos en Él, y todas las cosas buenas que nos ha dado a través de Jesús cuando creemos que todo lo que hizo, lo hizo por cada uno de nosotros personalmente. Es inútil solo proclamar el credo general y no dejar que este penetre en nosotros de una manera realmente personal. Tenemos que dejar que entre en nuestros corazones y toque y transforme nuestros pensamientos y emociones de forma tal que nos lleve a una posición de adoración a Él.
Luego de esto, estaba caminando por el borde de la propiedad, y un Gran Danés enorme empezó a ladrarme. Al rato, otro perro grande apareció y se le unió, y los ladridos se volvieron más escandalosos y agresivos. Ni siquiera me inmuté. Había una cerca eléctrica y una cerca regular entre nosotros. Me sentí seguro. Sabía en mi mente que no había forma de que estos perros me alcanzaran o me pudieran causar daño. Nuevamente mi Papá me habló y me dijo: “ves, hijo, así como estos perros te ladran y no te pueden hacer nada porque la cerca te protege, de la misma manera los problemas, peligros y enemigos se pueden poner en contra tuya y tratar de intimidarte; pero quiero que camines sabiendo que no importa cuán cerca sintas que están, mi Espíritu está siempre con vos protegiéndote como una gran barrera defensiva, y ningún daño te llegará“.
Cuando volví a la casa estaba casi seco, después de haber creído que iba a llegar empapado y que iba a necesitar mi paño para secarme. Me bañé con el agua caliente prometida (que por cierto estuvo épica!) y ya estaba listo para empezar el resto de mi día. Me sentí tan confiado y lleno de amor y alegría por el tiempo que había pasado con la Trinidad, que no podía guardármelo dentro. Estaba más que listo para salir a nuestro ministerio y compartir todo lo que se me había dado. Puede haber salido de mí de distintas formas, palabras y expresiones a lo largo del día, pero era la misma esencia cada vez. El amor de Dios nuestro Papá, la compasión y la misericordia de Jesús y el poder del Espíritu Santo que nos sostiene. Así debe de ser cada uno de nuestros días. Esta es la misión a la que estamos llamados todos los que hemos aceptado a Jesús como nuestro Señor y Salvador. Vivir en la plenitud de vida que Él nos ofrece y nos ha dado. Cualquier otra cosa, es un desperdicio.