Este blog lo escribió mi amada Madre después de su viaje de PVT a Rumania. PVT es un viaje que el programa de World Race crea para los papás y mamás de los “racers” para que puedan ver a sus hijos en el campo y experimentar un poco de lo que pasa en nuestro día a día. Para ambos, padres/madres y “racers”, fue una experiencia demasiado increíble en donde el Señor se manifestó contínuamente para transformar nuestros corazones y nuestras relaciones familiares. Estoy seguro que lo van a disfrutar…

 

 

RUMANIA. Si en los últimos 50 años le dediqué 5 minutos de pensamiento a ese país, fue mucho. Pero hasta allá nos fuimos, nerviosos y asustados, a encontrarnos con Alessandro en su noveno mes de trabajo por el mundo. Era obvio que habría cambiado mucho… pero aparte de eso (y de que teníamos buenas posibilidades de que nos hiciera mucho cariño en la cabeza) no sabíamos qué esperar. El programa cristiano en que se encuentra participando se llama el World Race, pero eso era casi todo lo que sabíamos del mismo.

En el proceso de inscribirnos para poder venir a este encuentro de padres e hijos incluso nos sentimos que teníamos que mentir (o al menos exagerar algunas respuestas), no fuera a ser que no nos encontraran suficientemente buenos para dejarnos viajar. Giancarlo y yo somos gente de mucha fe pero de poca Iglesia. Venía full a la defensiva a integrarme a un grupo de casi 30 papás que no conocía, a hospedarme con una familia que no conocía, recibiendo instrucciones de gente que no conocía, sin la menor idea de qué nos iban a poner a hacer. Enojada, además, de que tras una ausencia de 9 meses solo se nos permitiera estar con Nano 5 días (una semanita por lo menos, ya si estamos viniendo TAN largo, pucha!!). Y cuando llegamos donde nos citaron el achante de saber que nos faltaba un bus de más de dos horas para llegar donde los chiquillos… No era mi participación más positiva en un programa, tengo que reconocerlo. Pero por ver al macho, moría y me acomodaba a lo que fuera!

Por fin llegamos a Draganesti Olt, un pueblito mínimo perdido entre valles sembrados de girasoles. Nos bajamos del bus y un muchacho salió del pequeño edificio que luego supimos era una Iglesia, y nos dio la bienvenida. De pronto las puertas se abrieron y todos salieron corriendo a recibirnos. Mi emoción de ese día me va a alcanzar para mucho tiempo… tenía rato de no llorar así, desconsolada, en los brazos de Nanillo. Estábamos juntos y nos queríamos igual que siempre. Qué bendición. De ahí en adelante todo iba a estar bien.

Nos hospedaron en casas de gente de la iglesia en la que los Racers estaban ayudando ese mes. Me impresionó sobremanera la forma en que ese inglés nos recibió y nos puso su casa a la orden a 6 de nosotros que no había visto en la vida, sin límites y sin condiciones de ningún tipo, y tomé nota para mi futuro de casa vacía. Establecimos horario para usar el único baño que teníamos para todos y nos preparamos para lo que sería nuestra rutina los siguientes días: ducha en carrera tempranito, salida para la Iglesia, que era el centro de operaciones, desayuno a las 8, un rato para compartir con los chiquillos, algún tipo de trabajo, rato de descanso, almuerzos, otro trabajo, cenas, viajes en busito, y tiempo de cantar juntos en las noches, que era mi cosa favorita porque se me salía el corazón contagiándome de tanta alegría colectiva. En estos días me tocó ver a Nano tocar guitarra y cantar (de CR salió sin haber tenido una guitarra en las manos nunca), predicar como los grandes, moviéndonos las tripas a todos y poniéndonos a pensar, y ofrecer con la mayor alegría a todo quien se le acerca eso que le desborda el corazón: su tremendo y envidiable amor por Dios.

El pastor de la Iglesia, Raúl, es la persona con más fe que he conocido en mi vida… una verdadera inspiración de compromiso y trabajo y sonrisa permanente y certeza de perfección en todo lo que se le pone al frente, aunque a mí me costara ver más allá del enorme reto que estaba enfrentando con tan enormes limitaciones y carencias. Los papás de los otros racers increíbles, todo tipo de gente con diferentísimas historias y realidades pero todos con un sentimiento igual por nuestros hijos y con el corazón abierto, más o menos listos para lo que viniera…

Volaron los días. Las noches se me fueron sin dormir, tratando de incorporarlo todo, de asumir nuestra nueva realidad como familia. Especialmente agradeciendo el por fin poder entender y aceptar la nueva vida de Nano, la importancia enorme del trabajo que hace (que nunca había logrado aquilatar), la valentía que requirió haber dejado todo botado para hacerle caso a su llamado y a su corazón, la autenticidad de esa nueva escala de valores que está experimentando y que tiene tan poco que ver con el mundo despelotado y material en el que normalmente me muevo.

Hace tres días estábamos con él en Rumania. Esta mañana estábamos nosotros en Roma y él en Bulgaria. En unos días estaremos nosotros en San José y él en Albania. Terminando el Race sigue Africa, que será su nuevo hogar por unos años. Y después quien sabe. Esa es su nueva vida. Y nuestra nueva vida también.

Soy la mamá de un misionero. Wow.

Somos los papás de un misionero. Somos los papás, la hermana, los abuelos, los tíos, los primos, los amigos de un misionero. Nunca lo imaginé, nunca lo vi en nuestro futuro, nada me dio una pista que apuntara en esa dirección. Nunca antes ni siquiera conocí a alguien que fuera misionero.

Soy la mamá de un misionero, y me siento nerviosa y asustada, pero también orgullosa y bendecida, y le doy gracias a Dios y le pido su protección para mi hijo amado.

Hoy volvemos a casa convertidos en los papás de un misionero, listos para la nueva vida que tanto nos cambió, sintiendo paz en el corazón, preparados para ese futuro incierto pero lleno de aventuras que a través de los ojos, oídos, pies y manos de Nanillo ahora nos va a tocar vivir.

Oh par de hijos maravillosos que me dió la vida… no puedo pedir nada nada nada más!