En la última semana, una de mis compañeras y mi líder regresaron a Estados Unidos, nos fuimos de la finca, llegamos a Tirana, me reuní con todo el escuadrón, prediqué al escuadrón, pasamos unos días juntos y mi equipo comenzó en un ministerio nuevo. Ahora bien, soy mochilera, el cambio es una parte normal de mi vida, pero nunca ha sido tan radical ni tan repentino y por eso, mientras se amontonaban los problemas me encontré en modo de supervivencia, atendiendo una crisis tras otra sin darme el tiempo para respirar. Y ahora, que tengo un rato libre para reflexionar por medio de la escritura, mi alma se está apaleando contra las cuatro paredes de mi cuerpo, preguntando “¿¡Dios, por qué!?”.

¿Por qué hay tanta oscuridad a mi alrededor? ¿Por qué me amas? ¿Por qué está tan desunida la iglesia? ¿Por qué nací donde nací? ¿Por qué hay tantas personas perdidas? ¿Por qué la gente se enferma y sufre tragedias? ¿Por qué podemos comer o disfrutar de un café con amigos? ¿Por qué morimos? Y con más importancia, ¿Por qué vivimos?

Y así, una pregunta empuja otra y otra y se arremolinan alrededor de un abismo que me ahoga en un torbellino de mi propia mente. Jadeando por respuestas, me encontré con un salvavidas que flota sobre el verdadero silencio de la eternidad, murmurando “sirves a un buen Dios que ama a la gente”. Y así, librada de mi autodestrucción, me doy cuenta estas son materias sobre las cuales no conviene pensar mucho. Sé que no entiendo mucho y controlo menos, pero sé que un Dios omnisciente y omnipotente me conoce y que tengo el privilegio de conocerlo a Él.

Por lo tanto, pesando la suma de mis porqués contra el peso de Gloria que ha caído sobre mí, concluyo las respuestas a mis porqués son secundarias a la enorme importancia de la resurrección de un Dios encarnado que decidió morir por rebeldes y deja la importante tarea de esparcir su mensaje a una iglesia rota por tantos argumentos sectarios. También sé que no me encuentro en este desorden sola; tengo personas a mi alrededor que tienen las mismas preguntas e igual número de respuestas, personas que me aman y están dispuestas a preguntar “¿¡por qué!?” conmigo. Pero, más importantemente, sé me conoce un Dios bueno que ama a las personas.