Este mes, soy profesora de Inglés a estudiantes que tienen niveles de Inglés muy variados. Como en toda clase, hay diferentes niveles basados en qué tan bueno y dedicado es el estudiante. De hecho, en las cuatro clases, tengo estudiantes que no entienden ni una palabra y otros que entienden todo, y al ser honesta, es difícil saber cómo tratarlos. No quiero hacer que el contenido de la clase sea tan difícil que los que tienen nivel bajo se den por vencidos, pero tampoco tan fácil que los de nivel alto se aburran. Tras del hecho, si un estudiante no entiende qué debe hacer, obviamente no lo hace, y no aprende; pero si nunca hace lo que tienen que hacer, nunca aprenderá y así nunca entenderá qué debe hacer. Encima de todo, me pregunto si debo calificar a todo estudiante basado en el promedio de la clase y la expectativas, o si debería calificar al estudiante basado en el progreso que ha demostrado.

Sé que estas no son preguntas nuevas y han molestado muchos epistemólogos que saltan sobre el trampolín de la filosofía, pero siendo la neofita que soy, también debo enfretarme a ellas, y creo que he hallado una respuesta parcial. Independientemente de la escuela de pensamiento y la respuesta final a la educación, la realidad es que yo no vine a Quito a enseñar inglés, la enseñanza es un mero pretexto para demostrar el amor de Jesús. Entonces, si demuestro el amor de Jesús ya es suficiente sin importar el currículo que use o las evaluaciones que califique.

De igual manera, este pretexto no significa que voy a intentar a ser mediocre en la enseñanza de Inglés. Primero, esto deshonraría la institución que me dió el gran privilegio de conocer a sus estudiantes, y segundo, creo que ser excelente, o al menos esforzarme a lo máximo para ser excelente, en el área donde trabje es parte de demostrar que estoy dispuesta a ir la milla extra por amor a mis estudiantes. Pero, en medio de todo el esfuerzo que estoy haciendo para ingeniar lecciones y calificar trabajos, nunca debo perder la vista que mi última meta siempre es demostrar a Jesús.

Entonces, en medio de la cotidianidad de clase y los pequeños problemas de disciplina, que se cumpla el viejo himno

Pon tus Ojos en Cristo, tan lleno de gracia y amor. Y lo terrenal sin valor será a luz de su glorioso esplendor