Que yo sepa, la única persona que escogió su cuna no escogió una de oro ni plata, si no una de heno, un pesebre del cual comían los animales. Personalmente, si yo tuviera la posibilidad de escoger dónde y cuándo nací, creo que no hubiera escogido ese lugar particular, pero para fortuna de todos, no soy el Mesías prometido de Israel.Y de hecho, como los fariseos de la época, yo hubiera pensado que el Mesías tan ansiado hubiera escogido nacer como príncipe hijo de rey Judío, o mínimo como poderoso hijo del gobernador Romano, pero el humilde hijo del Dios creador nació como adoptado hijo de José, un simple carpintero del pueblito Nazaret.
Y de hecho, unos treinta años más tarde, encontrándose frente el famoso gobernador Romano Pilato, que por derecho debía tributo a Jesús como creador del universo, Jesús no hace alarde de su reclamo a poderío terrenal, pero en vez dice “mi reino no es de este mundo, si lo fuera, mis propios guardias pelearían para que los Judíos no me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo”. Y como siempre, Jesús tiene toda la razón, su reino no es de este mundo, de hecho, el reino de los cielos es lo opuesto a un reino terrenal, un precepto que Jesús predica una y otra vez, pero específicamente demuestra minutos antes de su arresto y horas antes de su muerte impidiendo que sus discípulos lo defiendan con espada y hasta sana la oreja del sirviente del sumo sacerdote.
Y de hecho, una de las diferencias más marcadas entre el reino de los cielos y cualquier reino terrenal es la vida de servicio que Jesús espera de sus seguidores, proclamando en Marcos 9, que si alguien quiere ser primero entre ellos, debe servir a otros. Llevando este principio a la práctica, Pablo escribe en Filipenses 2 y exhorta a los creyentes que “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás.” y termina su argumento diciendo, “ La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre,
se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!”
Ahora bien, este año mi trabajo como misionera consiste en servir a otras personas las veinticuatro horas, bien sea trabajando con ellos directamente o por medio de actos de servicio. Pero, aún cuando “servicio” es mi misión, me es muy fácil pensar que servir es un trabajo donde cumplo jornadas porque mi ministerio es hacer ciertas cosas de tal hora a tal hora, y el tiempo que no estoy haciendo eso parece ser tiempo para mí para que yo haga con el lo que yo quiera, y ay de aquel que me interrumpa con algún otro plan.
Obviamente, mirando más a cerca el tipo de servicio que tuvo Jesús, me estoy dando más y más cuenta que considerar el tiempo mío es pura tontería porque ni inventé el tiempo, ni escogí mis dones ni decidí la época en la cual nací y tras del hecho, el que sí escogío esas cosas para sí mismo decidió ser sirviente, entonces no debería haber nada que me impide de servir a otros.Por lo tanto, estoy aprendiendo a ser interrumpible, escuchar la dulce voz del Espíritu Santo, obedecer y pausar mi día por otros para servirles de la manera que necesiten, ya sea un saludo, un abrazo, una coversación, barrer, o hasta sacar la basura. No soy perfecta en esto por ningún estándar, pero estoy aprendiendo que el servicio está en todas partes, y no solo para el que decidió no nacer en cuna de oro.
