¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo!
Hace pocos días, durante la Nochebuena, en todas las preparaciones para la comida, se regó un cartón de leche que guardabamos encima del refrigerador. Esta talented leche se escurrió por todo el refrigerador, entregándose a las puertas y compartimientos. Nadie supo de quién era la leche ni quién la había regado, pero porque solucionar el problema era urgente, me postulé como candidata y empecé a limpiar la leche que se había infiltrado en todo rincón.
Desafortunadamente, mi acción de obediencia al ejemplo de Jesús no me sirvió de a mucho porque al comenzar a limpiar, me dí cuenta que por alguna acción cuasi-milagrosa, la leche se había regado hasta el fondo de la repisa superior, había goteado hasta el cajón de vegetales y me tocaba sacar todo de la nevera, limpiar la nevera, limpiar todo y meterlo de nuevo. Tras del hecho, en las profundidades de la nevera, había comida en estado de descomposición que le crecía moho y olía terrible. Ahora de mal humor, refunfuñando bastante por culpa del conchudo que hizo semejante cosa, ni siquiera tenía la decencia de ayudarme limpiar semejante desastre y que para colmo de males, hizo tal fechoría durante la noche buena, Jesús vino y me tocó el hombro delicadamente y me preguntó ”¿Ya terminaste?”.
“No”, le respondí con mirada altiva y palabras ácidas, “estas queridas joyitas con las que vivo no tienen la mínima idea de educación ni higiene”. Con voz mansa, Él me respondió “Pues sí, ¿y eso qué a tí?¿Acaso tu eres perfecta?”. Sabiendo muy bien la respuesta, titubeé un segundo. Sin perder el tacto, Él prosiguió “Amada, yo nací hace tantos años para limpiar regueros que no eran míos. Y si yo no guardo rencores, ¿Qué derecho tienes tú para guardarlos? Bien sabes que solo te pido cuentas tuyas, la perfección del resto no es problema tuyo, solo pido que tú hagas lo correcto, y ya”. Templada, terminé de limpiar el bendito refrigerador que me enseñó tantas lecciones.
Pero, la prueba no terminó ahí, porque por algún milagro, el próximo día abrí la puerta de la nevera y me dí cuenta que o alguna joya había regado más leche, o resulta que no la limpié bien la primera vez porque había leche en toda parte. Incrédula, volví a cerrar la puerta y presta para alejarme de este desastre, recordé la célebre frase de Ghandi “sé el cambio que deseas ver en el mundo”. Murmurando un poco, volví a limpiar. No satisfecho con mi obediencia, Dios me volvió a enseñar su amor cuatro veces más con el mismo refrigerador lleno de la misma leche hasta que encontré la botella que había causado el problema y la boté a la basura con gran gusto.
Entonces, creo que ahora, un tanto más humilde Dios está cambiando mi percepción de qué significa servir y amar al prójimo. Es muy fácil hablar mal de los otros por hacer cosas que tal vez sean injustas, pero es difícil amar y servirles veramente. El amor verdadero que Jesús nos pide “todo lo aguanta” sin ser alcahueta, es sirviente sin denigrarse, es misericordioso sin perder la justicia y siempre valora a los otros sin importarle qué han hecho. Por lo tanto, mientras dejo Thailandia y voy a Cambuya los próximos meses, pido que Dios continúe esculpiedo esta lección en mi duro corazón.
