Cuándo alguien se va de viaje, lo mínimo que debe saber es dónde va a ir y cómo va a llegar. A mi me gusta saber algo más específico, por ejemplo, dónde me voy a quedar, qué voy a hacer, y cómo voy a regresar. Para disgusto mío, Dios no opera así. Él conoce bien los hitos que debo seguir para llegar a la ciudad eterna, pero no los revela hasta que yo llegue al siguiente. Tal vez es porque si conociera todos los pasos, me volvería loca por temor al futuro, como en una tragedia griega. O tal vez es porque si supiera todos los pasos, no podría esperar con ansia el futuro que Dios tiene. O tal vez es para que yo aprenda a confiar más en Él. O tal vez es otra razón que ni siquiera cabe en mi entendimiento.

Lo que sí sé es que viajar a un lugar conocido por un rumbo desconocido es difícil, tan difícil como saber que tengo que llegar a Rioacha y preguntarme, sin tener un mapa ni idea de geografía, si desde Bogotá debo ir primero a Leticia o a Santa Marta para llegar a mi destino. Obviamente, llegar primero a Santa Marta parece más acertado, pero tal vez Dios quiere que me quede un rato en Leticia para hacer algo importante. Por lo tanto, es de suma importancia conocer la voluntad de Dios y así guiarme por algún mapa.

Ya sabemos que la Biblia es el mejor mapa, pero de hecho, la Biblia se parece más a un manual de conducción que a un mapa de rutas. Entonces, también es importante conocer los avisos que exhiben voluntad específica de Dios. Pero, esto también es difiícil porque en mi camino hay dudas y obstáculos preguntando “¿Estás segura que haces lo que Dios quiere que hagas?”, “¿Por qué no sabes cuál es el llamado específico para tu vida?”, “¿Realmente quieres dedicarte al ministerio de tiempo completo?”, “¿Qué vas a estudiar, y dónde?” que me distraen. Por eso, en vez de conducir en la dirección que Dios me indicó, me quedo bloqueando la carretera, buscando en vano señales con luces parpadeantes que digan mi nombre, la placa de mi carro, el número de mi licencia de conducción y cuántos milímetros que faltan para llegar a Rioacha.

Cualquier persona te puede decir que puedes quedarte esperando una señal así hasta que Colón baje el dedo, pero es poco probable que la recibas. Por lo tanto, debo confiar que Dios es bueno y es Él que realmente va manejando. No sé cuál es mi propósito específico para el futuro, pero sé que debo buscar a Dios y compartir su mensaje con el mundo. No sé si tendré suficiente fondos para completar la carrera, pero sé que Dios proveerá para sus hijos. Cómo el padre del niño endemoniado en Marcos 9, también digo “Creo, ayúdame en mi incredulidad!”