Estaba estancada en mi ministerio, no estaba sirviendo del modo que Dios esperaba lo estuviera haciendo. Estaba esperando por direcciones humanas cuando ya él me había indicado el camino a seguir. Estaba poniendo en duda y desobedeciendo lo que Dios me había mandado a hacer.

Estar sin hacer nada, o lo mínimo puede ser una tentación muy cómoda y atractiva, que por pereza muchas veces elegimos sin darnos cuenta.

Hicimos “listening prayer” en uno de nuestros tiempos como equipo, Dios me habló y me recordó lo que estaba esperando de mí. Compartí con mi equipo la frustración que tenía y lo que Dios había puesto en mi corazón.

Con un presupuesto limitado en manos humanas mas no en manos de Dios, nos dirigimos a comprar pan para sándwich, queso, jamón, mayonesa y manzanas para alistar 14 meriendas.

Alistamos 16 meriendas con 2 sándwich y una manzana cada una con la mitad del dinero que teníamos disponible.

Tomamos el autobús a Riga, oramos y nos separamos en parejas; cada una llevaba 2 meriendas en su mano. Mi pareja fue Alysse. Nos dirigimos hacia los pasos subterráneos.

De camino, luego de pasar dos semáforos, en medio de los edificios se formaba una calle sin salida y allí se encontraba un hombre de 56 años, alto de ojos claros, su barba y manos contaban una gran historia. Sus manos habían sido golpeadas en una pelea nocturna, su barba llevaba meses sin cortar y la bolsa que cargaba en su mano no conocía comida, su nombre es Ugis.

Padre de familia, alcohólico y con un espíritu hermoso. A pesar de sus problemas, existía un brillo hermoso en sus ojos. En medio de la compasión, Alysse le dijo que él tenía un espíritu hermoso, Ugis respondió que antes cuando era pequeño era guapo, pero ahora ya no más. Insistimos en decirle que todavía aun lo era. Nos compartió un poco de su vida y pudimos orar por su vida. Dios nos regaló una cita divina.

Encontramos a otra mujer, ella nos pidió dinero, sin embargo le entregamos más que eso, oramos por ella, sus piernas están en dolor constante. Subiendo las gradas, había un hombre mayor, quien no nos permitió orar por él, caminamos un poco (10 metros) y oramos por él. Casi a 15 metros de él, se encontraba Marie, quien está en una silla de ruedas, nos bendijo, compartimos una merienda más y oramos por ella.

Seguimos caminando por 15 minutos, sin encontrar a nadie más, llegamos a un parque y había una fuente hermosa. Decidimos sentarnos y descansar, cuando de pronto, dos niñas de 9 años de edad se nos aceraron hablando inglés. Empezamos a hablar de su escuela, de nuestro viaje y de lo que estábamos haciendo.

Les pregunté si ellas sabían cómo orar, a lo que respondieron que no, pues no sabían qué cosas debían decir. Les conté que para Dios no necesitamos palabras especiales o extrañas, que Él siempre nos escucha y está esperando a que le hablemos. Les preguntamos si querían orar con nosotros, a lo que entusiasmadas dijeron que sí; sin dudarlo se arrodillaron en medio de la gente y las cuatro hablamos con Dios con un corazón tan sincero que pude sentir la paz inmensa de Dios rodeándonos. Sus nombres son Cristiana y Marija.

Marija debía irse a su casa, y pudimos encaminar a Cristiana a la de ella. De camino nos topamos con Astrid. Quien pensaba que si no era alcohólica o mala, no necesitaba de Dios. Le pedimos permiso para orar por ella, y nos dijo que no, pues ella no necesitaba de Dios. Cristiana nos servía de traductora y habían momentos en los que inclusive no sabíamos qué le estaba diciendo a Astrid, pero de seguro era Dios hablando a través de ella.

Al final, Astrid nos permitió orar por ella y hasta cerró sus ojos y se unió a nosotras.

Dios tiene citas divinas programadas para nosotros a cada instante. Él es fiel y puede hacer mucho con muy poco.

Para nosotras 11 euros eran poco, y se convirtieron en 16 meriendas. Para nosotras eran pequeñas meriendas, pero para Dios eran la oportunidad de acercarnos en oración a bendecir a otros que no le conocen o mantienen la esperanza de que esa cita se haga realidad.