Estoy en casa ahora. (Ósea, estoy en mi país.) Hace más o menos una semana que me despedí de ustedes, que nos despedimos afuera de la iglesia, o por la noche en el colectivo, o parados en la calle. Con cada despedida me dolió mi corazón, y aunque no lo viste, te prometo que lloré. Si hay una cosa que aprendí en mi viaje este año, es que las despedidas más difíciles indican los lazos más fuertes. Bueno, me dolió muchísimo irme de Argentina, y ahora que ya pasó un poco de tiempo y tenemos más de 8,000 kilómetros entre nosotros, me gustaría decirles por qué son tan especial para mí.

Jugando ultimate frisbee, junio de 2013

La primera vez que fui a Buenos Aires, yo era otra persona. Era muy joven (sólo tenía 20 años), seguía en la universidad, y aunque ya había viajado fuera de mi país antes, esa fue la primera vez que viví en un país extranjero, que estuve completamente sola. Yo había ido a Argentina para aprender español, y definitivamente tenía mucho que aprender, no sólo del idioma, sino de la vida. Y el Señor los usó a ustedes para enseñarme.

Sólo por milagro llegué a Barrio Norte. Mi amiga Clara me invitó después de que ella había visto la iglesia mientras caminaba por la calle la semana anterior. Aunque yo estaba emocionada por ir a una iglesia en Latinoamérica, también tenía mucho miedo. En aquel momento yo no hablaba bien el español, y temía mucho de conocer a nueva gente. Pero desde esa primera Reunión de Jóvenes en marzo de 2013, ustedes mi dieron la bienvenida cómo familia. Nunca olvidaré cuando ustedes me invitaron al frente de la congregación (“¿Quién está con nosotros por primera vez?”) y tuve que presentarme. Al frente de todos. En español. En serio, casi lloré. Desde el principio ustedes me animaron a abandonar mi zona de confort y hacer nuevas cosas.

El Campamento de Jóvenes, abril de 2013

Por otro milagro, estuve en Buenos Aires durante el Campamento ese otoño, y Dios mi dio el valor para inscribirme. Gracias a Dios fui, porque ese fin de semana cambió el resto de mi experiencia en Buenos Aires, y yo no lo sabía en ese momento, pero cambió mi vida. El Campamento fue la primera vez que vi a personas alabando al Señor en español. Ustedes cantaron, cómo cantaron. Cantaron al Señor con todo su corazón, adorándolo y glorificándolo con todo su ser. Y lo que mi sorprendió es que cantaron las mismas canciones que yo cantaba en mi iglesia en los Estados Unidos, pero ustedes las cantaron en español. Estuve allá en Argentina adorando al mismo Dios de los Estados, al lado de gente que nunca le había adorado en inglés. En aquel momento, vi la verdadera identidad de Dios: un ser no restringido por el idioma ni cultura ni tiempo ni lugar. Vi la omnisciencia de Dios con mis propios ojos, y ustedes me la enseñaron.

La iglesia, junio de 2013 y diciembre de 2015

Durante los meses siguientes, mis amistades con ustedes crecieron y crecieron. Desde las caminatas serpenteantes para almorzar los domingos, y jugando ultimate frisbee en Plaza Francia, hasta las noches locas de los Viernes Santos, me hacía más y más cómoda con ustedes. (¿Con quién más voy a bailar “Onda Onda Buena Onda”? Nadie!) Inesperadamente yo tenía amigos de todo Latinoamérica: Colombia, Argentina, Brasil, El Salvador, Chile, México…Yo sólo había soñado de esos lugares, y ahora conocía a personas de cada uno de esos países. Pero ustedes se volvieron mucho más que mis amigos…Eran mi familia. Con ustedes me reía, lloraba, pasaba todo mi tiempo libre, y cuando no estábamos juntos yo quería estar con ustedes. Los Jóvenes de Barrio Norte eran mis amigos, mi familia, mi hogar. Cuando me aceptaron a su grupo de amigos, me mostraron la verdadera comunidad de la iglesia. Ustedes no sabían, pero en esa época yo estaba luchando seriamente con mi fe, con la idea del amor, y con lo que se significaba seguir a Jesucristo. Sólo por invitarme pasar tiempo con ustedes, respondieron a todas mi preguntas y dudas. En ustedes vi a personas que verdaderamente amaban a Jesús, se amaban uno al otro, y se edificaban en todos momentos. Ustedes fueron el primer ejemplo que yo había visto de personas que viven como los primeros creyentes en el libro de Hechos:

Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oraciónTodos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común: vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno. No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad, alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos.” Hechos 2:42, 43-47

Esto, esto es la que debe ser la iglesia, y sólo tuve que ir a Argentina para verlo.

Mi fiesta de despedida, junio de 2013

Cuando me fui de Buenos Aires en junio de 2013, pensé que nunca más experimentaría esa comunidad. Me despedí de Barrio Norte, y pensé que no los vería a ustedes hasta que alabemos juntos en el Cielo.

El Señor tuvo otro plan.

No tuve un camino directo para regresar a Barrio Norte. Viví mucha vida entre nuestra despedida y nuestro reencuentro. Me gradué de la universidad, conseguí un trabajo, y decidí ser misionera en la Carrera Mundial. El Señor me llevó por once países, docenas de otras iglesias, y miles de kilómetros por Latinoamérica antes de llevarme a ustedes. Pero Él es bueno, Él sabe dónde se queda mi corazón, y me dio la oportunidad de terminar mi viaje misionero en Argentina, en la comunidad donde empezó mi primer verdadero encuentro con Él.

Esa primera noche que nos reunimos en octubre, antes de que me fuera para servir en Bariloche, realmente me sentía que regresaba a casa. Habían nuevas personas que no conocía, pero aún era mi comunidad. Ustedes me dieron la bienvenida con brazos abiertos en el lugar que había soñado de regresar.

El reencuentro, octubre de 2015

Esa noche, estaba hablando con Alexeiv acerca de mi experiencia en la Carrera Mundial. “¿Fuiste a once países este año?” me preguntó. “Bueno, parece que en vez de ir a once países en once meses, esta noche tienes once países en un cuarto!” Miré a mi alrededor, y me di cuenta que él tuvo razón. Siete países estuvieron representados en el mismo lugar. Fue como si el Cielo hubiera venido a la Tierra, y que gente de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas estuvieran de pie delante del trono y del Cordero (Apocalipsis 7:9). Y ahí estuve yo, con la oportunidad de ser testigo de un pedacito de eso.

Chicos, es por todo eso que decidí quedarme y visitarlos por tres semanas después de terminar la Carrera Mundial. No sólo quería “descansar” ni “tener mejor transición a los Estados.” Es que ustedes son mis personas favoritas de todo el mundo, mi lugar favorito de todo el mundo, y es a través de ustedes que más siento Jesucristo. Estoy llorando mientras escribo esto, porque no tengo las palabras para decirles lo que significan para mi. Sin ustedes, yo no sería quien soy ahora. No hablaría (más o menos) español, no hubiera viajado por Latinoamérica, no tendría los sueños y las metas que tengo. Ustedes me mostraron Jesucristo en maneras que nunca había visto antes, y por eso creo en Él.

La última noche en Buenos Aires, diciembre de 2015

Gracias, mis queridos amigos. Gracias por dejarme quedar en tu departamento, por conseguirme un boleto a Fuerza Bruta, y por comprarme empanadas a la medianoche. Gracias por celebrar el Día de Acción de Gracias conmigo. Gracias por dejarme sentar con ustedes mientras estudiaban, y por llevarme con ustedes a la clase de cocina. Gracias por secuestrarme y llevarme a museos de arte, por dejarme invitarme a mi mismo a tu casa, y por cocinarme una cena. Gracias por sentarse conmigo en el balcón hasta la madruga, mirando la luna y hablando de la vida y el futuro. Gracias por jugar “Piccionario Ciego.” Gracias por escucharme alabar la pizza de El Cuartito y por invitarme a ver fútbol salvadoreño. Gracias por ir a los Bosques de Palermo y caminar por la lluvia. Gracias por ver obras rarísimas y películas malísimas. Gracias por bailar e ir conmigo a milongas. Gracias por confirmar que yo llegaba bien a casa todas las noches. Gracias por tomar mate. Gracias por obligarme a ir a casa cuando estaba tratando de ayudar en la iglesia y tenía tanto sueño que no podía mantener los ojos abiertos. Gracias por ofrecerme tu abrigo y tus pantalones cuando nos congelamos mientras esperamos al colectivo. Gracias por coser los parches a mi mochila. Gracias por ir de compras conmigo y por tener paciencia mientras yo buscaba el vestido perfecto. Gracias por tomar muchísimas fotos conmigo. Gracias por pedir dos kilos de helado a media noche. Gracias por Viernes Santo. Gracias por pasar tiempo conmigo a pesar de todos sus exámenes. Gracias por tener paciencia con mi español, por reírse a mis errores, y por siempre ayudarme a aprender. Gracias por hacerme preguntas, y por sinceramente querer conocerme más. Gracias por ayudarme, orar por mí, y amarme. Gracias por ser mis amigos. Gracias por cambiar mi vida.

Hasta luego, familia.

 

El último domingo en la iglesia, diciembre de 2015